Mi ciudad

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HECHO EN BERISSO CUENTOS SOBRE INMIGRANTES (libro completo)guara22444@hotmail.com


Estudio preliminar

¿Se trata realmente de un libro de cuentos o es un homenaje a los hombres que a través del tiempo se convirtieron en personajes, y sus historias en estas narraciones?

Es cierto que el espacio más amplio se da en la dimensión humana y este libro trata precisamente sobre historias cotidianas de gentes que vinieron desde Bielorrusia, Ucrania, Rusia, Polonia, Yugoslavia, Bulgaria, Checoeslovaquia y Croacia.

Aníbal Guaraglia desentendido del artificio literario, asigna a la lectura de sus textos el desafío de la elaboración; y es así que parte de la amistad entre dos personas; un inmigrante de Bielorrusia y un argentino que logran construir dos actitudes vitales de lo humano, resueltas en el dinamismo de la construcción de sus hogares y en el estatismo de la muerte en el cementerio local.

¿A qué lectura invitan estas narraciones? A la de incorporar rasgos que pertenecen a una memoria colectiva que contribuyó a conformar ese perfil cosmopolita de la ciudad de Berisso.

El aroma de los piroguis, es la vinculación necesaria para recordar a una polaca que solía cocinar –según el autor- como nadie.

Uno y otro pasaje nos lleva a respirar el goce de los microrrelatos, un género híbrido donde el encadenamiento de los hechos surgen de manera efectista a través de la brevedad; este logro de la microficción tiene sus orígenes en los bestiarios de la Edad Media y mucho más atrás, en las parábolas.

Maurice T. Schroder decía que los géneros cambian, y que el concepto de realismo ha cambiado. Podemos decir que ha cambiado la anatomía convencional, que la propuesta de Guaraglia es sumar lo mínimo a lo máximo, lo novedoso con lo tradicional, lo post en el desafío de esta nueva escritura que podríamos decir del aliento, de aquello que se leyó casi con una respiración.

Volviendo a la esencia de las lecturas, algunos personajes se reúnen en el club Vostok, emblemático punto de encuentro de viejos inmigrantes, donde se desacralizaron algunas veces las intenciones de la vida transcurrida en su lejana patria, apostando a las profecías y a la pesca en el río.

Los relatos orbitan mencionando pequeños espacios, como el bar de Anastasio Voronoff, que interpreta la última mirada de un hombre, sin importarle las múltiples lecturas que se hagan del privilegio que se adjudica.

Ese carácter de viaje temporal, permite a la obra de Guaraglia, adoptar el tiempo en su eje de interés, hablando de la perca de los mares rusos y el plato de pescado en una mesa al sur de América.

Experimentar, unir los opuestos de un mismo género y una misma temática, es un riesgo que el autor asume en estas narraciones donde los protagonistas son eslavos, que compartieron en su infancia la atmósfera del barrio y que inspiraran su escritura en el tiempo.

El autor recrea el clima proporcionado por aquellos libros guías de la literatura eslava; en cuanto a que no deja de estar presente el enfoque social, económico y político; pero con una reflexión más pausada y con una mirada de homenaje hacia aquellos seres que transitaron por su niñez.

La anonimación del autor es evidente, los nombres connotados también: Zar Nicolás se llama un ratón que perturba e inquieta el presente; pero que remonta a la historia del zarismo como meta-historia.

El encadenamiento de los relatos remite a ese realismo ruso del cual lograran la escritura, autores que conservan la corriente como referencia social para conducir la narración; pero que imprimen una profunda espiritualidad y una destacada dinámica social como se encuentra en Dostoevski , Chéjov o Gorki

La Baba es un interrogante del tiempo, Guaraglia inicia este relato apostando a la realidad que es uno de los constituyentes de este libro; y adhiere a Korolenko cuando dice: “Mi alma de triple nacionalidad ha encontrado por fin un hogar: la literatura rusa”.

Las exploraciones del autor por los detalles puntuales imprimen dinamismo y nostalgia como la partida de ajedrez, las bebidas, las trasnoches, la disposición de los hechos y la revelación de la vida, que contribuyen a mantener la linealidad del libro.

El autor se convierte en protagonista y asume: Cuando era pequeño sólo existía el presente, el pasado y el futuro no significaban nada” Esa búsqueda afecta al personaje y en su tributo recorrerá los detalles más universales e inmediatos: la cocina, el darle de comer a las aves, en la medicina casera, en la equivoca pronunciación de su nombre, que le impedía de algún modo sumarse plenamente a su identidad: este relato fuerte en imágenes, nos remite a pensar en aquello que el crítico alemán Theodor Adorno, sostenía en cuanto al núcleo estrictamente : la acción, la anécdota y la fábula; y que, era la posición del autor y que en este relato resuelve la muerte por la eternidad. Los mundos del relato se corresponden y se concatenan como las tres veces, número cabalístico, que el protagonista del cuento hace girar un globo terráqueo, y colocando su dedo al azar señala Kiev, la capital de Ucrania. Allí el encuentro con un extraño anciano que pide perdón; y por el cual el protagonista, manifiesta sensibilidad, recuperando la figura del padre en una especie de retroacción.

Las impresiones se suceden en este libro, los momentos disgregan como en la partida de ajedrez de: Una noche en el club, donde se hace presente un relato que ronda el borde del fantástico, logrado a través de vivencias múltiples en el mismo lugar; y por donde el mundo externo no crea la armonía, sino que esta, anida en los personajes jugados en el monólogo interior.

Si las obras realistas pretenden documentar la sociedad y los ambientes cercanos a un autor, podemos decir que parte de esta obra lo logra plenamente.

El amor por la historia de la ciudad, lleva a Aníbal Guaraglia a escribir desde el lugar de la memoria y la persistencia.

Dentro de sus relatos –como citaba Enrique Anderson Imbert – se manifiesta “El encanto del cuento que sigue vibrando en el alma del lector”.

Esta sería la síntesis, del por qué el autor escribió el libro sobre una de las tantas etnias que formaron las colectividades que honran a la ciudad. Simplemente, se puede decir que es porque aún vibra en el alma de aquel niño, el encanto de los relatos que poblaron su universo infantil.

Ángela Gentile

Pinta tu aldea y pintarás el mundo.

Leon Tolstoi

MICRORRELATOS

EL DESTINO DE DOS HOMBRES

En 1937 Iván Dimitrovich y su familia habían viajado desde Bielorrusia a la Argentina. En Berisso, el destino lo llevó a comprar un terreno contiguo al hogar de un criollo oriundo de La Pampa, llamado Ramón Peralta. Allí los Dimitrovich construyeron su vivienda. Ambas familias convivieron en paz durante años.

En 2009, en el cementerio de Berisso, junto al nicho que guarda los restos de Ramón Peralta, hay una placa que dice: “Aquí yace Iván Dimitrovich”.

VOLVER

He perecido hace años, pero ahora estoy en la mente de esta hermosa mujer descendiente de polacos, que me ha evocado. Acaba de pasar frente a una casa donde alguien está cocinando piroguis * , y el aroma de los mismos la llevó inmediatamente a su infancia. ¡Nadie hacía los piroguis como su abuela Sofía!

En invierno, todos los sábados, ella y su madre la visitaban, la abuela las esperaba con una enorme fuente rebosante de piroguis de papa, que colocaba sobre la mesa, junto a una pequeña pecera donde nadaba un triste y solitario pez rojo y negro. Bueno: aquél, era yo.

* Especie de pequeña empanadas rellenas de papa pisada o ricota, que los rusos llaman, varenikes y los Lituanos virtinai, se cocinan en agua hirviendo y se acompañan generalmente con una salsa preparada con cebolla, panceta y crema de leche.

CONVERSACIÓN DE DOS VECINAS

- ¿ Entonces krop*, no tenés?

- No , no sé que pasó, me habían nacido cuatro plantitas, pero se me secaron de golpe. Si querés jren**, sí te puedo dar.

* Nombre que dan algunos eslavos al eneldo, y que se usa entre otras cosas, para aromatizar pepinos en salmuera.

** Raíz de sabor muy fuerte y picante, que se usa rallada para

condimentar carnes, también se la llama rábano picante.

AMOR A PRIMERA VISTA

Él me mira desde el 15 de Enero de 2010, siente mucho calor y se encuentra en un país de Sudamérica, leyendo un libro de historia rusa. De pronto se ha topado con mi sonrisa de trece años, y creo que lo he cautivado, porque me mira casi exclusivamente. Soy la tercera persona de la izquierda, más atrás aparecen algunos hombres adultos con sus gorros de piel y sus largas barbas y otros chicos de la aldea, que miran curiosos a la cámara. Todos estamos muy

abrigados, la nieve cubre el suelo, detrás de nosotros se dejan ver tres isbas. Al pie de nuestra foto, puede leerse: “Típica aldea de una sola calle de Rusia central, aprox 1910.”

UN LOCO

Víctor Timonenko e Iván Saliukov, eran dos ancianos ya fallecidos hace tiempo, que solían quedarse jugando a los naipes hasta altas horas, en el bar del Club Vostok de Berisso. Cierta noche apareció un misterioso sujeto que decía provenir del futuro, y les profetizó a los viejos que muchos años después de aquél momento, los nombres de ambos iban a ser mencionados en un cuento breve y extraño. Los viejos pensaron que aquél hombre estaba loco y yo también pienso lo mismo.

EXTRAÑO PRIVILEGIO

Ocurrió hace muchos años. Cuando entré al pequeño bar de Anastasio Voronoff, un humilde inmigrante búlgaro, lo encontré solo, acodado en el mostrador. Le pedí una ginebra y me la sirvió hasta el borde.

Un minuto después cayó muerto ante mis ojos, como fulminado por un rayo.

“Ataque cardíaco”, dictaminó el médico.

Me considero un tipo de lo más vulgar, un simple ganapán. Sin embargo, reflexionando sobre aquél hecho, he llegado a la conclusión de que ningún ser humano, de los miles de millones que han existido, que existen y existirán, podrá disputarme el privilegio de haber sido el último hombre que vio con vida a

Anastasio Voronoff.

INSÓLITAS DERIVACIONES DE LO ESCRITO

En un libro escrito en 1709, un conde ruso refiere un episodio real vivido en su niñez, en las afueras de Moscú. Se trata simplemente de la narración de una mañana de pesca en compañía de un viejo sirviente. Entre ambos lograron pescar una perca negra de casi seis kilos. Sospecho que ni el conde, ni el sirviente y mucho menos la perca, pensaron en aquél momento, que doscientos años después, en un remoto país de América, que no existía en aquél momento, un lector curioso y aburrido, hubiese decidido almorzar pescado, inducido por aquello que vivieron entonces.

FUGAZ REGRESO AL BARRIO

Una carta proveniente de Europa lo andaba buscando. Un hombre mayor le respondió al cartero: “Ah, sí, sí, Miroslav, uno alto flaco, creo que era yugoeslavo o algo así, vivió en aquella casa de chapa que tiene ventanas verdes, murió hace más de veinte años…”

DE CHECOESLOVACOS

El joven Víctor se había fracturado la pierna al caerse de un caballo.

¡Que mala suerte!, pensaron sus amigos de la aldea, tiene para varios meses de reposo.

Al poco tiempo estalló la guerra, todos los hombres sanos, jóvenes y no tan jóvenes, fueron reclutados. El “pobre” Víctor, se quedó en la aldea, y tuvo que hacerse “cargo” de casi todas las mujeres jóvenes y no tan jóvenes.

EXCELENTE

-Digamé don Vladimiro, ¿es buena esa marca nueva de ginebra?

-Sí querido, más mejor como no hay.

Cuentos

LA BABA

Cuando era pequeño sólo existía el presente, el pasado y el futuro no significaban nada.

En aquellos tiempos conocí a un ser pequeño, arrugado y de cabellos blancos que caminaba lentamente y respondía al nombre de "Baba".

Hablaba mal el castellano. Yo también, por eso nos entendíamos perfectamente.

Agigantadas por el valor que otorgamos a lo que sabemos irremediablemente perdido, acuden a mi mente las imágenes de un lugar cálido y pintado con colores de una belleza que jamás he vuelto a ver.

Junto a la falda de la Baba, descubrí y disfruté manjares y aromas exquisitos. Ella hablaba poco, prefería hacer. Cuando colocaba ciertos platos negros en una caja brotaban sonido incomparables. No me enseñaba el nombre de las cosas, dejaba que yo disfrutara de ellas.

Nada había más suave y mullido que sus almohadones.

Yo era feliz.

Bien temprano, atrincherado entre sábanas y cobijas, yo escuchaba a través de la pared el ruido de una puerta al cerrarse, y sabía que ella ya estaba en pie. Pensaba entre sueños: - Ahora golpeará la tierra con ese palo con punta de hierro, después arrancará pepinos para ponerlos en salmuera, le dará de comer a las gallinas y los gansos, juntará huevos...

Ni bien me despertaba, desayunaba apurado y rogaba a mi madre que me dejara ir con mi vecina.

Todos los fines de año, invariablemente se escuchaba su voz débil intentando hacerse oír :” ¡Añíbel! –mi nombre es Aníbal. Yo miraba hacia el sitio desde donde me parecía escuchar su llamado y veía aparecer desde el borde de la pared, que aún hoy separa nuestras casas, un enorme pan dulce recién horneado, sostenido por sus mágicas manos.

En ciertas ocasiones me salían uñeros: ella cortaba con un cuchillo una planta verde y gelatinosa que cultivaba en su huerta, con una tira de género ataba un trocito a mi dedo inflamado y al día siguiente estaba curado.

Cuando mi padre la veía intentar subir a una escalera para podar la parra, temeroso de que pudiese caerse, le rogaba que le dejase a él, hacer el trabajo, y sólo después de mucho insistir conseguía convencerla. Pero una vez concluida la tarea, se veía obligado a probar pepinos, picles y salamines, y a beber dos o tres copitas de vodka, de lo contrario la Baba se ofendía.

Cuando me enseñaron que existía algo llamado tiempo, comencé a crecer. La Baba, en cambio, se tornaba más pequeña y más lenta. Sin embargo jamás dejó de trabajar. La recuerdo labrando la tierra, apoyada sobre un bastón.

Nunca fue al colegio ni aprendió bien el castellano, tal vez por eso conservó todo lo que yo perdí.

Sin mi consentimiento, mis mayores decidieron comenzar con mi educación. Recuerdo el primer día de clase. Me peinaron con fijador, me pusieron medias "tres cuartos", me entregaron una cartera de cuero usada y me convirtieron en estudiante.

Allí empecé a "aprender": me contaron que la Baba, era una mujer muy vieja y que le decían así porque de ese modo se llamaba a las abuelas en idioma ruso. También supe que aquél lugar maravilloso era la cocina de su casa, que los almohadones estaban rellenos de plumas de ganso, que el sonido que me encantaba se llamaba música, que los platos negros se llamaban discos y la caja tocadiscos, que los manjares eran esto y aquello, que los colores tenían nombres y se llamaban, azul, rojo, amarillo...

Ya nada fue igual.

Cada vez me quedaba menos tiempo para estar con mi vecina: el colegio y las tareas escolares me lo robaban.

Sin embargo debo admitir que aprendí muchas cosas: que los países son necesarios para separar a las personas según el lugar en que nacen, que existen las razas para poder diferenciarlas según el color de su piel, supe donde estaba el norte de los ricos y el sur de los pobres; cual es la religión "verdadera", que sentimientos podía manifestar y cuales debía reprimir, aprendí

a formar fila, a tomar distancia, a dividir, restar, cantar el himno, hacer silencio, no correr en los recreos y muchas otras cosas.

Un opaco mediodía de invierno volví de la escuela y encontré a mi madre llorando. Intentó enseñarme una nueva lección. Me abrazó y me dijo: Hijo, tengo que darte una triste noticia....

Pasaron muchos años, pero la lección que intentó enseñarme mi madre aquel día, no he podido aprenderla, al mirar por sobre la pared lindera que antes me parecía tan elevada, siempre creo ver a la Baba recorriendo el pasillo con su pasitos cortos y lentos. Sigo pensando que aquella mañana, mientras yo estaba en el colegio, la Baba fue hasta su huerta, cortó una extraña planta y como a mis uñeros, hizo desaparecer también a la muerte.

UN BUEN OBRERO

En memoria de Damian Denisenia . (inmigrante bielorruso)

Transcurría el año 1940, miles de inmigrantes trabajaban contratados en las instalaciones del frigorífico Armour (establecimiento de origen y capitales Estadounidenses). Berisso era una ciudad insomne .Como consecuencia de haberse desatado la segunda guerra mundial, Europa necesitaba alimentos y era preciso trabajar noche y día para abastecerla .Las condiciones laborales de aquellos trabajadores eran por demás precarias, especialmente para los sufridos extranjeros, que sin tener un trabajo, estaban condenados junto a sus familias a padecer hambre o a sobrevivir miserablemente hasta que lo encontraran. Aquella necesidad imperiosa, era aprovechada al máximo por los directivos del frigorífico que no dudaban en exigir todo tipo de sacrificios a los indefensos operarios.

Un hombre joven de origen Croata, llamado Lasko, se encontraba trabajando junto a una noria que transportaba latas de corned-beef , en compañía de otros obreros. La labor exigía permanecer de pié durante varias horas en el mismo sitio, moviendo el torso y los brazos a la par de la máquina. Cada hombre representaba el eslabón de una cadena giratoria que no podía detenerse sin provocar una acumulación tal de latas, que hubiese obligado a parar la noria, lo cual producía pérdidas económicas que la empresa no estaba dispuesta a tolerar. Por eso, cuando por algún motivo muy justificado, alguien tenía necesidad de abandonar su puesto, era preciso reemplazarlo inmediatamente y por lo general era el capataz quién lo sustituía durante algunos minutos.

Aquella tarde, Lasko , que había sido contratado recientemente , sintió una urgente necesidad de ir al baño, sabía por experiencias protagonizadas por otros compañeros , que en tal caso debía levantar la mano y hacer una seña al capataz ( el hombre apenas balbuceaba alguna palabra en castellano) y así lo hizo con la esperanza de que rápidamente este tomaría su puesto, pero como su superior estaba muy ocupado en otros menesteres , aunque vio la desesperación dibujada en el rostro del hombre , le hizo a su vez otra seña , mientra le decía : -¡aguantá, aguantá un poco, ya voy!- Lasko por supuesto sólo comprendió el gesto, juntó fuerzas , apretó los dientes y las nalgas y continuó trabajando unos minutos más al caer en la cuenta de que le sería imposible resistir, volvió a dirigirle otra seña al capataz que esta vez se encontraba siendo interpelado por un supervisor y ni siquiera lo vio.

Sucedió lo inevitable. El pobre hombre, a pesar de todo, no abandonó su puesto y continuó trabajando durante casi una hora más hasta el horario de salida.

El capataz enfrascado en sus problemas se había olvidado completamente de él y sus urgencias. Si bien sus compañeros no pudieron dejar de percibir un olor sumamente desagradable, tuvieron la delicadeza de no hacer alusión a ello, para no atormentar aún más al desventurado.

Terminado el turno, Lasko se dirigió por fin al baño, caminando tan naturalmente como sus circunstancias se lo permitían, se quitó el guardapolvo, después los pantalones y como su situación económica no daba como para desechar un calzoncillo, tomó unas hojas de diario que encontró tiradas por allí, se sacó los calzoncillos y envolviendo la maloliente y pringosa prenda la introdujo en su bolso, con la idea de lavarla muy bien cuando se encontrara de regreso en la pensión donde se alojaba. Se limpió como pudo, volvió a colocarse los pantalones y se encaminó a la salida deseoso de terminar de una buena vez aquella infausta jornada. Pero por desgracia, el sereno que se hallaba de turno notó que su bolso estaba más abultado que de costumbre y sospechando un robo decidió inspeccionarlo y detuvo los pasos del trabajador.

Revisó el contenido del misterioso envoltorio y comprendiendo inmediatamente lo que había sucedido, el celoso guardián de los bienes del Armour miró al inmigrante a los ojos durante algunos segundos, apoyó amistosamente una mano en su hombro y le dijo sonriendo:

- Lo felicito amigo, usted es un buen obrero!-

EL LOCO DIMITRI

Cuando lo conocí yo era un niño. Él le alquilaba dos viejas habitaciones a mi tía Eugenia; usaba una para dormir, comer y cocinar y la otra, exceptuando un pequeño baño, era lo que llamaba su “laboratorio”. Decenas de botellas, botellones y frascos de todo tipo, rebosantes y semi-llenos de líquidos extraños se hallaban allí.

En aquella época Dimitri se pasaba la vida combinando pócimas de mil diferentes maneras. Muy de tanto en tanto acertaba a dar con un preparado que le parecía aceptable, entonces tomaba notas en una ajada libreta de tapas verdes, que siempre guardaba bajo llave en un cajón de su destartalado escritorio. A continuación, iba en busca de una de las tantas jeringas que poseía y le inyectaba una pequeña dosis de aquél líquido a un ratón blanco que mantenía enjaulado, después cubría la jaula con una bolsa de arpillera y desaparecía con ella por unos -días, sin comunicar a nadie a donde se dirigía.

A su regreso, en la jaula traía a otro ratón de la misma especie y color. Nunca pude saber que suerte corrían los ratones inyectados, pero sospechaba que nada bueno les ocurría.

Tres ratones conocí durante el tiempo en que lo traté, el primero que tuvo fue: Zar Nicolás, al segundo, de tamaño algo menor, lo llamaba Iván, y al tercero, el más pequeño de todos, que llegó cuando ya nuestra amistad se había consolidado, me concedió el honor de bautizarlo. Yo, evidenciando desde niño mi falta de originalidad, lo llamé: Mickey.

Dos singularidades poseía aquél hombre sesentón; la primera era una gran mancha amoratada que le cubría más de la mitad de la mejilla izquierda (después supe que era de nacimiento) y la otra su carácter extremadamente variable.

Yo vivía con mi madre y mi tía en una casa que se encontraba pegada a su vivienda y que se comunicaba con esta mediante un angosto pasillo, solía asomarme a la puerta de su laboratorio a curiosear. La mayoría de las veces, ni bien me veía fruncía el ceño, me miraba con ojos desencajados por la ira y a los gritos amenazaba con meterme dentro de uno de sus botellones. Pero no siempre reaccionaba así, otras veces se mostraba amable, preguntaba mi nombre, si iba a la escuela, me hacía pasar y me contaba historias de su niñez, transcurrida en las lejanas tierras de Rusia.

Su noción de la realidad se encontraba tan distorsionada, que en más de una ocasión me convidó con una copita de vodka que él mismo preparaba, sin reparar en absoluto en mis escasos ocho, o nueve años de entonces. Por suerte para mi salud, mi tía, que lo conocía bien, me había ordenado rechazar de plano cualquier convite de ese tipo, debiendo contestar que ni ella, ni mi madre me autorizaban a tomar bebidas alcohólicas. Recién entonces, el pintoresco borrachín parecía darse cuenta de su error y avergonzado me pedía perdón.

Aunque a veces permanecíamos hasta dos horas seguidas conversando, al día siguiente era muy capaz de desconocerme. Según con que humor amanecía, o bien me amenazaba a los gritos o bien comenzaba con su amable interrogatorio:- ¿Cómo te llamás? – etc.

Transcurrido cierto tiempo, en sus buenos días y después de empinar el codo varias veces, comenzó a hacerme depositario de enigmáticas confidencias. Miraba primero hacia el patio para asegurarse de que nadie nos escuchara, cerraba la puerta y acercándose, en voz baja me refería una confusa historia que nunca comprendí cabalmente, porque estando borracho intercalaba palabras rusas en su discurso. No obstante alcancé a entender que se creía perseguido, ese había sido el motivo de su llegada a la Argentina y en cuanto a sus experimentos decía: - “Poco falta, voy contrar férmula”

Terminaba invariablemente aquellas memorables confidencias con una frase que no comprendí cabalmente entonces, pero después, cuando fui al colegio secundario y estudié historia, no dudé en atribuirle connotaciones políticas, la frase era la siguiente: “Zar Nicolás vivo siempre, ñe va morir

nunca”. Después, cruzando transversalmente el dedo índice sobre sus labios, me decía: - Shhh…, Andresito, eta sicreto, ñe contes a nadies

Para los vecinos del barrio y también para mi tía Eugenia, Dimitri no era otra cosa que un borracho, loco y excéntrico, jamás tomaron en serio sus experimentos.

Solamente yo, una inocente criatura entonces, creía en que realmente estaba en busca de algo extraordinario. Nunca pude averiguar de qué se trataba, pero tenía fe en mi amigo y Dimitri lo sabía.

Aproximadamente dos años duró nuestra relación. En los meses postreros, me agradaba notar que siempre me reconocía, ya no se olvidaba de mi nombre, no me gritaba, ni me amenazaba. A pesar de sus extravagancias me había encariñado con el solitario quijote, por eso sufrí mucho, cuando de manera imprevista desapareció por completo de mi vida.

Una mañana como tantas, me asomé a la puerta del laboratorio y como siempre miré hacia el interior, pero no vi a Dimitri, el cajón del escritorio donde guardaba su libreta estaba abierto y desocupado , tampoco estaba Mickey, ni su jaula, quedaron sólo recipientes , pero vacíos y limpios. Ingresé al lugar vivamente sorprendido, lo llamé casi a los gritos, pensando que tal vez se encontraba en el baño, pero nadie contestó. Opté entonces por quedarme allí, esperando que volviera, pero nunca regresó. En lugar de mi amigo entró mi tía con un sobre en la mano. Comprendió enseguida que yo esperaba a Dimitri y apenada me abrazó diciendo: - Andrés, Dimitri tuvo que irse anoche muy lejos, a otro país según me dijo, dejó este sobre para vos-.

Después me besó en la frente y salió.

Nunca me había imaginado pasar por aquella situación, en mi inocencia, pensaba que Dimitri y su laboratorio permanecerían eternamente en aquél lugar. Sin embargo, sentado allí y acompañado sólo por los recipientes de vidrio, me di cuenta de que sin el viejo, sus ratones y sus pócimas , la habitación estaba muerta ; y evocando al que fue mi amigo, me entregué al llanto más sentido de mi niñez.

Al reponerme un poco de aquél golpe, me acordé del sobre que había dejado para mí, lo abrí ansioso, y a duras penas leí lo que escribió en su

precario castellano. Me pedía perdón por haberse ido de un modo tan abrupto y sin despedirse, pero se justificaba, asegurando que le había sido absolutamente necesario actuar de aquél modo. Hacía después un elogio de mi persona y de nuestra amistad, y finalmente se disculpaba también, porque, según decía, se había visto obligado a no ser completamente sincero conmigo en algunas cosas. Por último se despedía afectuosamente y firmaba: Dimitri Vasilievich Suslov. No supe nada más sobre su destino. En mi adolescencia, a veces lo recordaba y cedía a la tentación de imaginar teorías, ¿Quién fue realmente? ¿Qué fórmula perseguía? Recordando sus relatos me fue fácil deducir que había pertenecido a una clase social acomodada, siempre hablaba de sus sirvientes, mencionaba condes y condesas y describía suntuosas mansiones. Sumado a todo aquello, el hecho de que a su primer ratón lo llamara Zar Nicolás, me hicieron pensar que tal vez, tanto él como su familia habían sido partidarios de aquél Zar, ejecutado por los bolcheviques. ¿Sería un contrarrevolucionario en el exilio, que luchaba desde la ciencia para restaurar el antiguo régimen? Aquella, fue quizá la más sólida de las teorías tejidas en mis años juveniles. Después el tiempo me fue tornando más realista y comencé a pensar del mismo modo que la mayoría de la gente que lo conoció, es decir que Dimitri, había sido sólo un buen hombre, borracho y extravagante y que tanto los supuestos experimentos, como todas las demás historias, habían sido producto de una mente desequilibrada y embotada por el alcohol.

Me avergüenza confesar que estas últimas ideas se instalaron con fuerza en mi pensamiento y que sonreía con cierta nostalgia, recordando al romántico adolescente que fui. Sin embargo a veces la vida depara sorpresas aún a las más osadas de las imaginaciones.

Hace unos quince días, a más de cuarenta años del día en que Dimitri se fue para siempre, me propuse visitar a mi amigo Daniel, para jugar una partida de ajedrez (cosa que hacemos desde hace tiempo, una o dos veces al mes). Al llegar a su casa me recibió su hijo Esteban, quién me informó que su padre no se encontraba, pero que regresaría pronto, después me invitó a pasar a esperarlo , me senté junto al muchacho, que estaba mirando al parecer un programa de televisión. El mismo versaba sobre temas relacionados con las

enfermedades mentales, había sido filmado no hacía mucho tiempo en un hospital de Rusia y subtitulado en castellano, su finalidad parecía ser la de mostrar determinadas patologías, y para ello se habían hecho entrevistas a tres pacientes. El entrevistador era un médico psiquiatra y explicaba previamente a los espectadores, que las respuestas de los enfermos iban a ser plenamente respetadas, más allá de lo disparatadas que pudiesen parecer, ya que precisamente en esas respuestas radicaba el interés didáctico del programa. También dejaba en claro, que generalmente negaban la enfermedad y aseguraban encontrarse allí por equivocación de las autoridades del hospital.

Omitiré describir los dos primeros casos que se presentaron, porque no aportarían nada a mi relato. Pero el tercero me conmocionó: El paciente era un hombre que aparentaba tener unos treinta años, estaba sentado y separado del entrevistador por una pequeña mesa sobre la cual se hallaba un bulto indefinible. El médico comenzó preguntando el nombre del enfermo: - Soy el profesor Vladimir Petrovich Dulko, y quiero dejar constancia de que se ha cometido una gran injusticia encerrándome aquí.

-¿Cómo llegó aquí profesor?

Como le dije se ha cometido un gran error. Verá usted, soy y fui siempre un acérrimo opositor al régimen comunista, jamás le perdonaré los que hicieron con nuestro Zar y su familia. Por eso, hace años abandoné mi patria y hasta no hace mucho tiempo viví ocultándome en diferentes partes del mundo, utilizando nombres falsos. Durante mis años de permanencia en Sudamérica, comencé a perfeccionar una fórmula de mi invención que considero revolucionaria. Como amo a Rusia con todo mi corazón, no quise jamás, entregar el fruto de mis investigaciones a ningún otro país. Recién hace un tiempo, desde la disolución de la Unión Soviética, consideré oportuno dar a conocer mis trabajos a las autoridades, regresé al país y conté todos mis secretos, pero me equivoqué. Sin darme la oportunidad de demostrar mis afirmaciones, que reconozco son difíciles de aceptar, me encerraron aquí, en el convencimiento de que estoy completamente desquiciado.

-¿Qué es eso que hay sobre la mesa profesor?- preguntó el facultativo-

-Una jaula

-¿Podemos ver que hay dentro?

-Sí, como no- contestó el enfermo mientras descorría una cortina que cubría la jaula.

-¿Es su mascota?

-Así es, este ratón me acompaña desde hace cuarenta y cuatro años.

Dicho esto, el rostro del paciente enrojeció, pareció arrepentirse, como si de pronto se percatara de haberse metido solo en una trampa. En cambio, como contrapartida, los ojos del entrevistador cobraron brillo, daba la impresión de disfrutar de aquella insólita declaración, seguramente entendía que los espectadores se darían cuenta al instante de que ningún ratón podía llegar a esa edad y ni siquiera el entrevistado parecía tenerla. Era el primer dislate evidente y eso pretendía resaltar el psiquiatra.

-¡Basta de preguntas! ¡No estoy loco, sáquenme de aquí!- gritó el enfermo enfurecido mientras se ponía de pié. Inmediatamente dejaron de filmar. Después apareció el doctor en otro escenario, haciendo comentarios sobre los casos vistos.

Cuando sumamente intrigado le pregunté al muchacho si sabía cual era el nombre de aquél programa que se estaba emitiendo, me contestó que no se trataba de un programa televisivo si no de un video que le habían prestado sus compañeros de la facultad de medicina. La respuesta me agradó y le supliqué que me lo prestara por un día, el joven accedió sin salir de su asombro, al verme tan interesado. Con el video en la mano me dirigí directamente a mi casa, olvidando por completo a mi amigo y la partida de ajedrez.

Obviamente, durante el transcurso de la entrevista no pude menos que sorprenderme al advertir las notables coincidencias, entre la historia que contaba el paciente y aquella que yo había vivido en mi niñez. Me preguntaba si el enfermo había inventado todo aquello o lo había escuchado en alguna parte, pero quedé de una pieza cuando mostró el ratón y habló sobre él. Para colmo, casi inmediatamente se produjo otro suceso impactante que me obligó a pedir prestado el video. Se trataba de una imagen que pasó como un relámpago ante la cámara, por lo tanto no estaba completamente seguro de

haber visto bien. Era la escena final; cuando el hombre pidió gritando que lo liberaran, durante un segundo y por única vez apareció su rostro de frente a la pantalla (hasta aquél momento, tanto él como el entrevistador sólo se veían de perfil). Tras algunos intentos fallidos, debido a mi inexperiencia en el manejo de la video casetera, conseguí “congelar” aquél momento, y ni bien lo hice me levante y fui en busca de mis anteojos, me los coloqué y al volver a mirar quedé petrificado, ¡congelado!, como aquella imagen. Sobre la mejilla izquierda del enfermo pude ver una gran mancha amoratada…

A partir de aquél momento mi pobre cabeza fue un pandemonio. Miré tantas veces el video que casi lo aprendí de memoria. ¿Qué significaba todo aquello? ¿No eran ya demasiadas coincidencias? Pensé en mil cosas diferentes, recombiné, como lo hacía en sus tiempos Dimitri con sus líquidos, los recuerdos con los dichos del hombre del video, até cabos sueltos y varios días después , ayudado por un hecho fortuito y aparentemente sin relación con la historia, finalmente elaboré una nueva teoría, sumamente temeraria lo reconozco…

Como dije anteriormente, una de las cosas que más me sorprendieron eran las declaraciones que el hombre había vertido con respecto al ratón. El aseguraba que lo tenía desde hacía cuarenta y cuatro años. Habiendo encontrado ya tantas coincidencias, se me ocurrió que bien podía hallarse una más. Actualmente tengo cincuenta y tres años, a estos les resté cuarenta y cuatro y obviamente el resultado fue nueve, que era la edad aproximada que yo tenía cuando trabé amistad con el viejo. Remontándome mentalmente a los tiempos en que Dimitri, valiéndose de una jeringa les inyectaba pequeñas dosis de un líquido a sus ratones, recordé entre otras cosas, que cada vez eran de menor tamaño los animalitos que traía, hasta aquél momento creí que aquello era una simple casualidad, pero al detenerme a pensar más profundamente en aquél detalle llegue a sorprendentes conclusiones.

A su enigmática frase siempre la había relacionado con la política, después de dar muchas vueltas al asunto, me di cuenta de que también cabía la posibilidad de que el viejo con su: “Zar Nicolás vivo siempre, ñe va a morir”

no estuviera refiriéndose al Zar Nicolás segundo de Rusia , si no a su ratón del mismo nombre.

En un principio, la idea no me entusiasmó demasiado, ya que si la memoria no me fallaba, aquél roedor permaneció en el “laboratorio”, unos seis o siete meses y desapareció de nuestras vidas (Yo creía que había desaparecido en aras de la ciencia). Pero paralelamente recordé que Dimitri, en su nota de despedida, admitía haberme tenido que mentir en algunas cosas, que nunca supe cuales eran.

Pasé dos días preguntándome, en que me había engañado mi antiguo amigo, intuía que conseguir dar respuesta a aquella cuestión me sería de gran ayuda. Con aquellos pensamientos dando vueltas por mi cabeza, una mañana crucé la calle y me senté en un banco de la plaza que está frente a mi domicilio. Pasados unos minutos reparé en un niño que jugaba con un gran globo rojo; el mismo no estaba atado con un hilo como es habitual, era el chico, el que con su mano derecha apretaba la “boca” del globo e impedía que saliera el aire. De pronto, ayudándose con la otra mano, dejó escapar un poco de aire y apretó nuevamente. Como era de esperar el globo perdió volumen; después lo sostuvo unos segundos más y soltándolo, permitió que se desinflara completamente. Aquella escena insertada fortuitamente entre mis reflexiones, me ayudó mucho a encontrar lo que buscaba. Simplemente me di cuenta de que a pesar de variar su tamaño, el globo seguía siendo el mismo, e inmediatamente asocié esa idea a los ratones de Dimitri, ¡tal vez en eso me engaño el viejo! , pensé sobresaltado por el descubrimiento. Era posible, que a pesar de bautizar a los ratones con nombres diferentes, en realidad hubiese existido sólo uno en aquél laboratorio y ese era sin duda Zar Nicolás, el primero y el único. Era cierto que regresaba cada vez más pequeño después de ser inyectado, pero siempre se trataba de él. El anciano lo rebautizaba cada vez que lo traía de vuelta, con el objeto de hacerlo aparecer como un animal diferente, con el fin de que nadie descubriera la virtud de su fórmula , que a primera vista era la de reducir el tamaño del animal . Eso pensé, y no obstante continuaba tan confundido y desorientado como antes, pero entonces, por

enésima vez la bendita frase de Dimitri volvió a mi mente para aclarar las cosas completamente.

-“Zar Nicolás siempre vivo…”- decía el viejo y tenía razón, al fin comprendí que además de ser más pequeño, el ratón también era más joven, por eso no iba a morir nunca. ¡El viejo borrachín había encontrado una fórmula que rejuvenecía al roedor!

Me llevó varios días recobrar la calma, cuando lo conseguí, me fue relativamente fácil deducir, que seguramente el viejo también utilizó un nombre falso, ya que era casi imposible, que sabiéndose perseguido utilizara el verdadero. Una vez que llegué a aquella conclusión y consciente de los riesgos, elaboré la siguiente teoría : Aceptando que la fórmula descubierta y perfeccionada por Dimitri (o como se hubiese llamado en realidad) tiene el poder de volver la vida a etapas anteriores , me atrevo a asegurar que el ratón que aparece en el video, no es otro que el longevo Zar Nicolás que conocí en mi niñez. En cuanto al joven demente de la mancha en la mejilla, me encuentro gestionando el pasaporte para poder viajar a Rusia, no veo la hora de darle un abrazo a mi genial y centenario amigo.

FILOMOMIX PARAGUAYENSIS

-¿Para que venís a verme si estás muerto?- preguntó Raúl horrorizado. Pero Sergio (o su fantasma) no contestó, simplemente permaneció en silencio mirándolo a los ojos. Estaba vestido de la misma forma que en aquella lejana noche en que lo había visto por última vez: la camisa blanca, un pulóver verde tejido a mano, los pantalones de jean bastante descoloridos y aquellos pesados botines negros que usaba siempre en invierno.

-¡¿Cómo es posible Sergio?! debo estar soñando- dijo mientras se pellizcaba los antebrazos, en un vano intento por despertar de un sueño que parecía no ser tal.

Habían pasado casi treinta años desde la muerte de Sergio y ahora, increíblemente, se encontraba allí frente a él, exactamente igual. Si bien era cierto que Raúl no había visto nunca el cadáver de su amigo, porque el estaba en Argentina y Sergio, al fallecer, se encontraba en Paraguay, jamás se le hubiese ocurrido volver a verlo en esta vida. La versión, que él, y todos sus amigos conocían, era que había muerto en la selva paraguaya, tal vez como consecuencia de la picadura de una víbora venenosa, por inanición o alguna otra causa desconocida. Lo último que recordaba de Sergio o el ruso (como le decían en el barrio), era la extraña conversación que habían tenido aquella vez postrera en el bar del club. Sergio le había pedido unos pesos prestados, mientras le comentaba su intención de ir en busca de una misteriosa planta, que según él, existía en la selva Paraguaya, y que era muy difícil de encontrar

De pronto, el insólito visitante rompió el silencio:

- Vengo a saldar una deuda, estás sorprendido ¿no es cierto Raúl?

¡Como no iba a estar sorprendido!. Especialmente después de escuchar nítidamente su voz, tal como la recordaba a pesar de los años transcurridos. Sin embargo, poco a poco, con mucho esfuerzo se fue sobreponiendo y contestó: - Mirá ruso yo no se si estoy loco, borracho, soñando o que, pero venga un abrazo-

Los hombres se estrecharon en un fuerte y prolongado abrazo, finalmente Raúl, lloroso, confundido y azorado aún, puso la pava a calentar, y entre mate y mate, sentados en torno a una pequeña mesa, conversaron durante horas y horas. Una vez agotados casi todos los temas, Osvaldo comentó:

-Entonces ¿Como si fuera en formol?

-Sí pero vivo

- ¿Como me dijiste que se llamaba?

- Filomomix Paraguayensis

- ¡Que bárbaro ché!-

-¿Te acordás cuando me decías? : “Ruso, aflojá con la grapa, dejáte de

leer esas boludeces, mirá que va a existir una planta así” y que yo te dije: “Existe y la voy a encontrar”

- Si que me acuerdo, pero todavía no puedo creerlo-

- ¿Viste que tenía razón? – dijo Sergio triunfante.

-Entonces hervís cincuenta hojas en cien litros de agua, la dejás enfriar y te metés con ropa y todo ¿no?-

-Sí, si también querés conservar la indumentaria sí, con ropa, zapatos y todo, te sumergís completamente durante veinte segundos-

- Pero qué bárbaro ché, si estás igual-

UN JUEGO INOCENTE

Yo era muy joven y por motivos relacionados con mi trabajo viajaba por distintos puntos del país. En cierta oportunidad me dirigía a una provincia del sur y arribé circunstancialmente a una ciudad que había nacido y crecido alrededor de un frigorífico, allí tenía que tomar un ómnibus que me llevaría a destino, pero debido a que el transporte que me había llevado se retrasó, perdí la oportunidad de abordar el ómnibus que partía a mediodía.

Obligado a esperar hasta la noche y con varias horas disponibles, no encontré mejor ocupación que recorrer la ciudad.

Las poblaciones de ese tipo se componían generalmente de gente de diferentes nacionalidades, que en otros tiempos llegaron en busca de trabajo y casi siempre huyendo de las guerras y del hambre.

Lloviznaba. Las calles estaban desiertas, pensé que a esa hora la mayoría de los habitantes se hallarían en sus ocupaciones y que recién al anochecer comenzarían a verse transeúntes.

Solo divisé la figura larga y encorvada de un anciano que se alejaba lentamente.

No puedo explicar el motivo, pero me sentí impulsado a seguirlo.

A poco de andar se detuvo frente a una puerta pintada de verde, extrajo un manojo de llaves de su bolsillo, abrió y entró a un local.

Intrigado recorrí el trecho que me separaba de allí y vi sobre la puerta, escrito en letras distribuidas en forma de arco un cartel que decía: "Sociedad Ucraniana fundada en 19...

En mi niñez, cierto día de invierno, comencé a jugar haciendo girar un globo terráqueo. Cerré los ojos y colocando el índice al azar, imaginé que

alguna vez visitaría los lugares que quedaran bajo la yema de mi dedo. Para mi sorpresa, ocurrió que tres veces consecutivas el lugar señalado resultó ser Kiev ; curioso como todo niño, busqué datos en el diccionario y así me enteré que se trataba de una ciudad que en aquel tiempo pertenecía a la Unión Soviética y que era la capital de Ucrania.

En el momento en que leí aquél cartel, las referencias que tenía sobre aquella, para mí, exótica república, no superaban esa lejana mención del diccionario...

-un adoquín mantenía la puerta abierta y permitía ver un pasillo que continuaba a la derecha. La palabra "Ucraniana" me atraía impulsándome a entrar, pero necesitaba una excusa apropiada. Después de pensar unos segundos, recordé que por lo general en aquellas sociedades de inmigrantes era muy común encontrar un bar abierto a todo público; se me ocurrió entonces la idea de pasar a tomar una copa. Con decisión recorrí el pasillo y al mirar hacia la derecha comprobé que no me equivocaba. Pude ver una gran estantería poblada de botellas y rodeada por un mostrador semicircular. De espaldas a mí y detrás del mostrador, el anciano que yo había seguido lavaba vasos en una pileta, me acerqué y saludé en voz alta procurando hacerme oír, ya que en ese momento se desataba una lluvia torrencial, produciendo un ruido atronador. El viejo giró la cabeza.

No olvidaré en mi vida la expresión de sus ojos, como si hubiera visto un fantasma dejó los vasos, se acercó y con manos temblorosas se ajustó los lentes. Dudó.

Finalmente entre aterrorizado y feliz, exclamó denunciando un marcado acento extranjero: - ¡Vasili! ¿Es posible hijo mío ?

Cada vez más animado, agregó: ¡Siempre lo supe, nunca creí que aquél cuerpo destrozado fuese el tuyo, jamás lo acepté; a pesar de que tus tontos camaradas afirmaron verte morir, no les creí te lo juro...!

Solo atiné a mirarlo fijamente, era tal su vehemencia que no me atreví a interrumpirlo.

- te esperamos, yo no perdía la esperanza, no quería abandonar Kiev, Dios lo sabe... - continuó visiblemente emocionado.

Pensé que el pobre había perdido la razón, que me confundía con un hijo, tal vez parecido a mí y muerto en la guerra; no tenía noción aquél hombre del tiempo que había transcurrido. Sin embargo, confieso que cuando mencionó Kiev un escalofrío recorrió mi cuerpo.

...pero, Vasili, yo también debía velar por la vida de tu madre y de tu hermana, los amigos me convencieron y aprovechamos aquella oportunidad para venir a América. Quisiera que pudieses perdonarme, nunca te olvidé, siempre llevo conmigo tu fotografía.

Dicho esto, sacó de entre sus ropas una billetera de cuero, tomó una foto amarillenta y me la mostró anhelante, a la espera de mi reacción.

Molesto por verme involucrado en aquella embarazosa situación, me disponía a mirar y preparaba una falsa sonrisa para salir del paso, cuando repentinamente cambió mi expresión. Aquél de la fotografía, no se parecía a mí como pensaba, puedo asegurar que era yo, exactamente igual al que fui en aquél tiempo, con uniforme militar, es cierto, pero el rostro, la estatura, el físico, en fin, todo era igual.

Las piernas me temblaban, el viejo salió de atrás del mostrador y pesadamente se dirigió hacia mí. Me miró temblando, y suplicante me preguntó: - ¿Podrás perdonarme?, quisiera morir sabiéndolo.

Yo no pude articular palabra y permanecí inmóvil.

El anciano, que esperaba mi respuesta como quién espera una condena a muerte o una absolución, al ver que no le respondía exclamó súbitamente.

¡Soy un pobre viejo estúpido!, olvidé que no comprendes el castellano son tantos años que...

Creo ser una persona sensible y hubiese hecho todo lo que estuviera a mí alcance por quitarle esa carga al desdichado, pero en aquellos momentos no pude reaccionar. No obstante, imprevistamente, una fuerza ajena a mí me hizo actuar como una marioneta.

Me abalancé sobre él viejo y lo abracé con todas mis fuerzas, así abrazados, nos quedamos llorando como niños, después se dejó caer de rodillas y besé su cabeza, como lo hubiese hecho con mi propio padre. La

misma fuerza extraña me impulsó a salir rápidamente del lugar a enfrentar la tormenta.

Aquella noche abandoné la ciudad y nunca más he regresado.

Durante mucho tiempo intenté encontrarle explicación al misterioso episodio, a nadie lo confié por temor a que me tomaran por loco. Si bien tuve innumerables dudas, terminé por atribuir el hecho a la casualidad y casi había logrado borrarlo de mi memoria.

Hoy han pasado más de treinta años de aquel encuentro singular y a pesar de mi edad no he tenido oportunidad de conocer otros países , cualquiera diría que mis sueños infantiles no se cumplieron. No obstante esta mañana ocurrió algo que me ha sumido en la inquietud:, estando de visita en la casa de mi hija mayor, sentado junto a mi nieta que en esos momentos realizaba sus tareas escolares, distraídamente tomé un globo terráqueo que había sobre la mesa, siempre sin prestar atención lo hice girar y...

UN SUCESO INEXPLICABLE

La ventana de la rústica taberna ubicada junto a la encrucijada de dos caminos, que apenas herían la espesura del bosque, era el único ojo que brillaba en la noche.

La nieve, eterna convidada del otoño ruso, se empeñaba en cobijar los árboles con su gélido manto. A media versta de allí, los aldeanos dormían arrullados por el silbido del viento.

La ley del más fuerte regía entre aquella gente. El Zar los recordaba a la hora de cobrar los impuestos o cuando necesitaba reclutar hombres para la guerra, pero no los tenía presente a la hora de defender sus derechos; ya que la policía secreta se dedicaba exclusivamente a desbaratar conspiraciones contra el soberano.

Acodado sobre el mostrador, Semión Andreievich Melnukov bebía profusamente. Hombracho calvo, de imponente mirada y grandes bigotes rojizos, había sembrado el terror en aquél lugar. Medía casi dos metros y su fuerza física era extraordinaria. Para él, la vida humana no valía mucho más que la de un insecto y se complacía en tratar a las personas con desprecio.

El tabernero atendía a la escasa clientela que se había acercado aquella noche, auxiliado por su hija, de unos doce o trece años. Entre tanto, sentados en derredor de una mesa apartada del mostrador, dos hombres recelosos tramaban algo en voz baja.

-No es que me guste hacerlo Nicolai, pero es necesario-

-Sí, cuanto antes, y que el diablo nos lleve si esto no es justo…

Sólo el enano Nikitín “gozaba” de la simpatía de Semión Andreievich , el bárbaro le había tomado cierto cariño.

-¡ Ea! acércate Nikitín, acompáñame a beber -

Si bien el enano no confiaba demasiado en el belicoso gigante, jamás lo contrariaba, y en cierto modo se sentía orgulloso de aquella “amistad”.

-Con mucho gusto Semión Andreievich , con mucho gusto- contestó el enano. Este lo tomó por las axilas y sentándolo sobre el mostrador, como si se tratara de un niño pequeño, le comentó : - Hoy realicé una buena acción-

-¿De que se trata Semión?-

-He librado a la aldea de otra sabandija. Esta mañana despaché al otro mundo al viejo Timofei; ese estúpido ya no recordaba siquiera como se cose un botón. Le ordené que me hiciese un par de pantalones y cuando me los puse, vi que no llegaban ni a cubrirme los tobillos. Sólo quise zurrarlo; pero ya sabes, no domino bien mi fuerza y es así que ese Timofei, ya no volverá a estafar a nadie.

Hablaba en voz alta, casi gritando, le gustaba escandalizar, y si bien se dirigía a su pequeño amigo, sabía que todos en la taberna lo escuchaban.

-¿Oíste eso Nicolai? hoy le ha tocado al pobre sastre-

-¡Maldito!, se ha cebado en carne humana, el muy cobarde no respeta ni a los ancianos, no tiene límites ese chacal

-¡Basta! ni una palabra más, hagamos lo debido-

Después de mirarse a los ojos, evidenciando determinación, los dos hombres dejaron unas monedas sobre la mesa y enfundados en sus abrigos salieron del lugar.

No transcurrió mucho tiempo hasta que Melnukov decidió emularlos.

El tabernero suspiró aliviado y le ordenó a su hija: - Irina, recoge aquellos vasos y después acuéstate-

Ni bien apoyó un pié fuera de la taberna, una ráfaga helada le dio la bienvenida a Melnukov. Casi arrastrando sus botas, surcando la nieve , avanzó trabajosamente buscando a tientas la ruta adecuada.

Se sentía pleno y dichoso. Juzgábase importante, nadie se oponía a sus deseos, si le gustaba una mujer la poseía. Si no le agradaba un hombre, le daba una tunda o lo mataba, así de sencilla era su vida. La alegría de sentirse

todopoderoso, hizo brotar de sus labios, las estrofas de la única canción que había aprendido: - ¡ Ayyy Marusha! mi amada Marushha…

Pese a que los efectos del alcohol lo embotaban, continuaba progresando en el intento de regresar a su isba, ignorando que lo acechaban en la oscuridad.

-… si aún me quie…-

Un ruido sordo lo silenció abruptamente, crujieron al quebrarse los huesos de su cabeza y se estrelló de bruces contra el suelo helado. Durante unos segundos habló sólo el viento, luego alguien preguntó en tono burlón:

- ¿Como es eso, ya no canta el ruiseñor?-

Le respondieron: - Ni volverá a cantar –

Berisso 1994

-No es que sean caras, pero no tengo plata, gracias- me dijo la joven ama de casa, mientras cerraba la puerta.

Comprendí que aquella tarde sería imposible vender algo. Me pareció que no valía la pena seguir pasando frío, entonces me metí en el primer bar que encontré. El sitio era pequeño, me acomodé junto a una de las cuatro mesas. Quedaron dos desocupadas, ya que de la restante había tomado posesión un viejito que jugueteaba con un cenicero. Su edad rondaría los ochenta años y daba la impresión de ser extranjero, sus ojos celestes me miraron sólo un instante, pero profundamente.

El mozo se acercó y tras el saludo de rigor, me preguntó que iba a tomar. Pedí un vodka, el se dirigió hacía una estantería y regresó, colocó una copita sobre mi mesa y la llenó hasta el borde, dejando la botella completamente vacía. En el momento en que me disponía a beber, el viejo de los ojos celestes me detuvo, formulando una extraña pregunta.

-¿No tiene miedo amigo?, mire que la botella quedó vacía –

-¿Como dice? –

-Piense que pudo haber estado enterrada – agregó sonriendo enigmáticamente

No pude precisar, si estaba loco o borracho. – No le entiendo abuelo, ¿a que se refiere?- le pregunté.

-Si tiene tiempo le explico joven - dijo casi suplicando.

Generalmente me gusta conversar con la gente mayor, pero los comentarios del viejo parecían no tener, ni pies ni cabeza. No obstante, como se quedó mirando ansiosamente a la espera de mi respuesta, me faltó valor para negarme.

-Acérquese – le dije, y me dispuse a escuchar disparates. Contento como un chico, se sentó frente a mí. Al ver la escena, el mozo me previno sonriente, con evidentes deseos de irritar a mi interlocutor:

- No le crea nada, es un viejo mentiroso.

- ¡A la mujer aquella tampoco le creyeron! siempre pasa así con los viejos, nunca nos toman en serio-

Y lo bien que hacen, pensé abrumado por sus incoherencias.

- Escuche bien amigo, comenzó diciendo y me refirió la historia que paso a relatar…

Bielorrusia 1911

-¡Vamos Grigori, no seas cobarde!

-Sólo vine para ayudarlos, yo no soporto el alcohol

-Queda nada más que un buen trago, ¡vamos!

-Está bien, ganaste Serguei, beberé con tal de no escucharte

Serguei, Iván y Grigori no cumplían aún los dieciocho años. Habían crecido juntos en la pequeña aldea de Loktishí, compartiendo desde niños cientos de juegos y correrías. Nada se ocultaban entre sí y de haber sido necesario, cualquiera de ellos hubiese arriesgado la vida por los otros dos.

Aquella tarde primaveral los encontró bebiendo en un antiguo cementerio abandonado.

-¡Eso es! de un solo trago hasta el fondo. Dijo Iván sonriendo y cruzando miradas de entendimiento con Serguei, al descubrir un rictus en la cara de Grigori, causado por la repulsión que le producía el vodka.

-¡Ajhh! me arden las tripas, no se como pueden beber esto

-¡Bravo! te has hecho hombre camarada, has bebido el vodka más añejo de toda Rusia, ja,ja,ja,- exclamó satisfecho Serguei mientras le palmeaba la espalda.

-Si es así me lo he ganado en buena ley, me hicieron cavar bastante.

Se avecinaba la noche, los tres muchachos, cargando sendas palas sobre sus hombros, iniciaron un tambaleante regreso. Al poco tiempo descubrieron que se les hacía muy difícil mantener la vertical.. Iván fue el primero en admitirlo.

-Un momento, estoy mareado, esperemos sentados que se nos pase un poco la borrachera

-Está bien, descansemos bajo aquellos árboles- sugirió Serguei.

Transcurrió alrededor de una hora hasta que Grigori despertó. Al notar que sus amigos continuaban durmiendo, una idea macabra lo asaltó. Se acercó al lugar donde Serguei estaba tendido, tomó una de las palas y sin inmutarse siquiera, le aplastó el cráneo a su camarada. Se disponía después a hacer lo mismo con Iván, pero un grito imperativo lo contuvo. Un cazador que pasaba casualmente por allí, lo avistó en el momento preciso en que se aprestaba a asestar el segundo golpe mortal.

El muchacho giró la cabeza y vio el cañón de una escopeta que le apuntaba, pero sin amedrentarse, contestó con un vozarrón profundo, completamente inusual en su boca:- ¡No me molestes estúpido!- Y al intentar continuar, obligó al cazador a disparar desde lejos, dejándolo herido de gravedad.

Como es fácil de imaginar, el caso conmocionó a toda la aldea. La extraña muerte de Serguei a manos de su amigo, fue lamentada por todos y en el velatorio abundaron las lágrimas.

El atribulado Iván no alcanzaba a comprender absolutamente nada de lo ocurrido. La policía tomó cartas en el asunto y cuando se le preguntó por qué razón habían llevado palas , explicó lo siguiente:

Como todos sabían, en Bielorrusia y otros países vecinos, era costumbre enterrar junto al cadáver de un hombre que había sido aficionado a la bebida, una botella llena de vodka. Conocedores de aquella tradición, se les ocurrió trasladarse al viejo cementerio abandonado y profanar algunas tumbas, intentando encontrar botellas de bebida añeja. Cosa que consiguieron con la ayuda de las aludidas palas, después de algunos intentos fallidos.

El insólito ataque de Grigori a sus amigos, parecía inexplicable. Aunque nadie quedó muy convencido; el hecho acabó por ser atribuido a un súbito ataque de locura.

Una sola persona tuvo el coraje de esbozar una hipótesis. Se trató de una mujer, tras solicitar a Iván que le indicara en que tumba fue encontrada la botella en el cementerio, regresó a la aldea, reunió a unos cuantos vecinos y expuso su versión de lo ocurrido.

Según ella, en aquélla sepultura anónima habían enterrado a un feroz asesino, cuyo cadáver había aparecido hacía muchos años, semioculto por la nieve. Era tan aborrecido aquél hombre, que su cuerpo hubiese sido devorado por las alimañas, de no mediar la intervención de un enano que se apiadó de él y asistido por un caballo, lo llevó hasta el cementerio y cavó una fosa para él.

La mujer, de extraordinaria lucidez, teniendo en cuenta su edad, aclaró que sabía aquella historia por haber conocido al difunto siendo niña, ya que este solía visitar la taberna de su finado padre.

No sabiendo que pensar, Iván que se encontraba entre los oyentes, la interrumpió con estas palabras: - Está bien babuchka* Irina; pero ¿adonde nos lleva tu relato?

La vieja recorrió con la mirada al atento auditorio y sintió temor, no obstante con voz tenue e insegura dijo: - Existe una antigua leyenda, que dice que una vez corrompida la carne, el espíritu del muerto se traslada a la botella y es posible que…

-Comprendo adonde apuntas, pero hoy en día ya no creemos en historias de espíritus. Además, de ser cierto lo que sugieres, como es posible que yo no sienta deseos de matar a nadie, habiendo bebido aún más que el propio Grigori- comentó Iván , esbozando una sonrisa indulgente .

Al caer en la cuenta de que aquellas personas no estaban dispuestas a creerle, la mujer sólo atinó a decir: - Está claro que no creen en la leyenda, pero tampoco la conocen bien. Iván, quisiera que me respondas una última pregunta y prometo no molestarlos más.

-Adelante baba – dijo Iván

-¿Recuerdas quién bebió el último trago?

A nadie convenció la abuela Irina, para colmo de males, Grigori falleció a los pocos días sin haber recobrado nunca el conocimiento. Sólo trascendió un comentario de su madre sobre su agonía, el desgraciado deliraba y ella lo escuchó cantar. Nunca había escuchado aquella canción, mencionaba el nombre de una mujer, una tal Natusha, Marusha o algo así, pero eso carece de importancia.

* abuelita (en idioma ruso)

UNA NOCHE EN EL CLUB

La noche caía en aquél lejano invierno y yo estaba de regreso en mi ciudad después de seis meses de ausencia. Quería ver cuanto antes a mis amigos de la colectividad rusa, y recuerdo que a pesar de haber usado el paraguas llegué bastante mojado al bar del Club Vostok, tras haber caminado bajo la lluvia que caía incesantemente.

Me decepcioné al ver que allí solamente estaban Iván y Basilio, dos socios antiguos, hombres mayores con los cuales tenía una buena relación, pero que no eran amigos tan entrañables como los muchachos que esperaba encontrar.

Parado detrás del mostrador Iván despachaba las bebidas, mientras Basilio, sentado junto a una rústica mesa de dudoso color blanco, se aferraba a un vaso de vino tinto a medio llenar.

Saludé. Los viejos se miraron como sorprendidos y contestaron a mi saludo con una leve inclinación de cabeza. Tuve la sensación de que mi presencia los incomodaba, noté algo extraño en sus miradas.

-Iván, por favor, sírvame un vodka- dije, e inmediatamente pregunté, aunque la respuesta era obvia:

- “¿Todavía no llegó ninguno de los muchachos?”- sólo me contestó el rugido de un trueno.

Pasados unos segundos, Basilio, señalando el antiguo juego de ajedrez que había sobre la heladera me invitó a jugar y acepté complacido, consciente de que la partida haría menos tediosa la espera de mis amigos. Con la copa de vodka en la mano fui a sentarme frente al viejo, que sin perder

tiempo acomodó las piezas sobre el tablero. Iván, interesado en seguir el juego, se acercó y tomó asiento junto a mi adversario que conduciría las piezas blancas, ambos hombres quedaron ubicados de espalda a la única puerta del local, yo en cambio podía ver a través del vidrio de la misma, la amenazante oscuridad de la noche.

Después de algunas jugadas, el viejo capturó uno de mis alfiles que por error había dejado indefenso, como le gustaba bromear me lo mostró sonriendo y se lo guardó en el bolsillo del pantalón dándome a entender, burlonamente, que a esa pieza ya no la vería más. Aunque estaba molesto por mi descuido, también sonreí a regañadientes y continué pensando.

Transcurrieron unos diez minutos, yo me esforzaba en emparejar la partida y me decidí a ofrecer un caballo, cuya eventual captura me hubiese permitido ganar la dama enemiga. Mientras esperaba ansioso que el viejo cayera en la celada, desvié por un instante la mirada del tablero y la dirigí hacia la puerta, en el preciso momento en que ingresaba un hombre de gran estatura. Ante mi atenta mirada avanzó silenciosamente y sin saludar se ubicó detrás de mis acompañantes, que ajenos a todo continuaban mirando las piezas.

Sorprendido, seguí mirando de reojo al desconocido, que me ignoraba por completo y permanecía inmóvil y silente. Curiosamente, su ropa estaba seca a pesar de que no traía paraguas, ni ningún otro elemento que pudiese defenderlo de la lluvia que en ningún momento había dejado de caer.

Todo en aquél hombre llamaba mi atención. Especialmente sus enormes bigotes de morsa y su mirada penetrante y sombría. Mantenía en todo momento ambas manos dentro de los bolsillos laterales de un grueso sobretodo de paño verde oliva , en cuya manga derecha ostentaba un brazalete del mismo color bordó, que la gorra con visera negra que cubría su cabeza. Su presencia me perturbaba, tuve ganas de preguntarle quién era y que buscaba allí, pero como hacía tiempo que yo no concurría al club, pensé que tal vez se trataba de un socio nuevo.

Así pasaron unos minutos hasta que el desconocido tosió, probablemente con la intención de denunciar su presencia a los ancianos. Si

fue así, su intento dio resultado ya que los viejos se dieron vuelta para mirarlo. El visitante a su vez les lanzó una mirada terrible que me pareció de reproche, y como niños sorprendidos en falta, los hombres me miraron como excusándose y lentamente se pusieron de pié. Después, observé atónito como tomaron la delantera y se encaminaron a la salida seguidos de cerca por el misterioso personaje, dejándome solo y desconcertado.

A partir de aquél momento, súbita e inexplicablemente perdí la consciencia. Sólo sé que desperté, o mejor dicho que me despertaron mis amigos, minutos antes de la medianoche. Me encontraron profundamente dormido junto a mi copa vacía. Se alegraron al verme, pero a la vez se mostraron intrigados, no comprendían como me las había ingeniado para ingresar al bar, habida cuenta de que existía una sola llave de la puerta de entrada y ellos la tenían en su poder. Les expliqué que Iván y Basilio ya estaban allí cuando llegué y tenía la intención de contarles también sobre aquél hombre extraño y la enigmática retirada que emprendieron los tres, pero fue imposible, porque una carcajada general me lo impidió. Los miré estupefacto intentado descubrir el motivo de las risas, y sólo después de un buen rato, mi amigo Dimitri, al verme tan confundido se compadeció y sonriendo me dijo: - “Tomaste demasiado amigo, ¿Acaso no te enteraste de que los dos viejos murieron?, Basilio nos dejó en los primeros días del mes pasado, Iván hace ya unos tres o cuatro meses”.

Mientras los demás presentes asentían, protesté airadamente, les dije que sólo había tomado una copita, que estaba completamente seguro de haber estado compartiendo la velada con los dos viejos y que con la vida de las personas no se jugaba, ni se debían hacer chanzas. Sin embargo, contra lo que esperaba, mantuvieron sus dichos. Ofendido me puse de pié y sin saludar siquiera regresé a mi casa.

A la mañana siguiente, ni bien me levanté, llevé a cabo discretas averiguaciones, estaba convencido de que mis amigos querían hacerme víctima de una broma de mal gusto. Sin embargo, para mayor desconcierto y sorpresa, vecinos que merecían toda mi confianza y también familiares directos de los viejos, me aseguraron que Iván y Basilio, ya no pertenecían al

mundo de los vivos. No obstante, tampoco quede conforme y quise ver con mis propios ojos las tumbas que supuestamente guardaban sus restos. Sin perder tiempo me dirigí al cementerio, me hice acompañar por un empleado y recién allí, cuando leí los nombres y apellidos grabados en las placas de bronce, miré sus fotografías y las fechas de defunción, comencé a temblar, empalidecí y dudé por primera vez en mi vida de mi salud mental.

Pasé toda aquella tarde confundido y preocupado. ¿“Estaré enloqueciendo”? , me preguntaba una y otra vez, y si bien me costaba admitirlo, parecía más insensato aún, pensar que aquellos hombres habían resucitado.

Intenté de mil modos encontrar una explicación a lo ocurrido ¿Cómo era posible que toda la ciudad se pusiera de acuerdo en engañarme? ¿Y las tumbas? ¿También eran falsas?. Ante la contundencia de los hechos, finalmente opté por admitir la posibilidad de que tal vez algo ya no funcionaba correctamente en mi cabeza, ya que todo estaba en mi contra. Por eso después de meditar mucho, resolví que al día siguiente consultaría mi problema con un psiquiatra y aquella resolución me tranquilizó.

Al anochecer regresé al club, me propuse mostrarme sereno y de buen humor a pesar de todo lo ocurrido. Entré al bar tranquilo y silbando, como si nada hubiese pasado. Lo primero que vi. me causó gracia, dos de mis

amigos estaban gateando debajo de las mesas y miraban el piso en todas direcciones, como si estuvieran buscando algo. Intrigado les pregunté:

-¿Qué perdieron muchachos? Y aquella respuesta me ha venido inquietando hasta el día de hoy:

- Se perdió un alfil negro-

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Aníbal Guaraglia nació en Berisso en 1954, es bibliotecario profesional, ha dedicado gran parte de su vida a la lectura de la literatura eslava. Fue autor del Himno a Berisso, distinción otorgada por selección en un concurso oficial en el año 1990, organizado por la Municipalidad de Berisso.

Ha participado en algunas antologías entre ellas: Escritos y escritores de Berisso. Este es su primer libro de cuentos.

INDICE

Estudio preliminar………………………………………

Microrrelatos

El destino de dos hombres……………………………

Volver……………………………………………………

Conversaciones de dos vecinas………………………

Amor a prima vista………………………………………

Un loco……………………………………………………

Extraño privilegio……………………………………….

Insólitas derivaciones de lo escrito……………………

Fugaz regreso al barrio.…………………………………

De checoeslovacos…...…………………………………

Excelente…..……………………………………………...

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Cuentos

La baba…………………………………………………

Un buen obrero…………………………………………

El loco Dimitri……………………………………………

Filomomix paraguayensis ……………………………

juego inocente…………………………………………

Un suceso inexplicable ………………………………

Una noche en el club…………………………………

Noticias del autor………………………………………